Amanece en la playa en la que hemos descansado, algunos lo han intentado fuera de las tiendas con mosquitera hasta que empezó a llover, así que hoy toca desmontar un campamento aún mojado. Tras el primer “desliz” con los machetes propios de ser unos novatos, pasamos al desayuno que se convierte en una de las comidas más importantes y contundentes del día, de modo que no sorprende que sea arroz con huevo duro.
De nuevo en los barcos, nos disponemos a disfrutar de una mañana de navegación, aunque al principio se nos hace raro, las canciones y las conversaciones lo hacen más agradable. Llegamos a nuestra parada del día, una pequeña comunidad donde haremos las actividades del día. Un grupo nos dedicamos a aprender a afilar nuestros nuevos mejores amigos y también a usarlos de manera eficiente, sobre todo para cortar. Luego cambiamos y nos tocó fabricarnos nuestra propia funda para le machete, utilizando la corteza de un platanera y también algunas hojas a modo de cuerdas. Se supone que esta planta ayuda a limpiar el filo, aunque también hace que se oxide.
Cuando íbamos a comer para retomar la navegación comenzó a llover, pero a llover como si fuera el diluvio universal. Fue nuestro primer contacto con las tormentas amazónicas, y fue muy ilustrativa: agua a jarros sin parar durante un periodo no demasiado extenso de tiempo. El problema es que en este caso las lluvias volvían repetidamente, de modo que cuando se decidió en vez de navegar hacer talleres, el reto fue encontrar un lugar a cubierto para cada uno de ellos.
Cae la noche para la hora de la cena, ya no hay manera de seguir navegando, de modo que se decide montar campamento y madrugar más al día siguiente para poder recorrer lo que no hemos podido hoy. Los barcos nos cruzan a la playa de enfrente y allí, en la oscuridad, montamos un poco a ciegas las tiendas y decidimos aprovechar las pocas horas de sueño que nos quedan por delante.