Aunque inevitablemente nos despertamos con la luz del sol, en realidad no tenemos hora fijada para madrugar. El único propósito de nuestra mañana es esperar a que el grupo que quedó a la zaga (por haber tenido que ir al hospital el día anterior) nos alcance.
Mientras un grupo tratamos de lavar la ropa y de evitar perder nuestras preciadas pastillas de jabón en el agua del río (una tarea más complicada de lo que parece), otros se dedican a practicar algo de yoga o a jugar por la playa. De pronto un grito advierte de la presencia del otro barco. “A recoger campamento” grita Guille, por lo que todos nos ponemos en marcha para desmontar las tiendas e ir recogiendo las prendas que hemos abandonado en distintos puntos de la playa rezando porque estén los suficientemente secas para meterlas en la mochila y no tener que llevarlas colgando. A estas alturas parece casi mecánico el ponernos a reordenar todo y eso que al llegar nuestros compañeros lo primero que hacemos es correr a su encuentro y preguntarles por su aventura. Nos narran cómo han acampado en medio de la selva, formando el campamento a machetazo limpio y realizaron una marcha nocturna. Y aunque nos ponen los dientes largos Nano nos anuncia que han decidido que nosotros también durmamos en la selva la próxima noche.
De nuevo a los barcos en lo que ya es nuestra rutina, unos charlan, otros duermen y algún afortunado puede disfrutar de las vistas de proa. Y en parte por esa decisión de dormir en la selva nos desviamos un poco del río Marañón para entrar en un afluente más pequeño. Desde allí cada uno de los instructores decide donde nos estableceremos.
Cuando Jair, que es el nuestro, divisa un posible claro, desembarcamos y trasladamos las tiendas por un terreno completamente embarrado, en el que a algunos incluso se les quedan las botas estancadas. Con ayuda de nuestros machetes creamos un espacio suficiente para montar las carpas, alejándonos de los árboles infestados de arañas y otros bicho; también establecemos una zona de baño (a la que nos recomiendan acudir de dos en dos, y por lo menos con un machete) y pasamos el resto de la tarde realizando actividades de supervivencia.
En mi grupo se decide pescar pirañas. El instructor nos enseña a limpiar varas de madera, a colocar el sedal y el anzuelo (hecho con carne de otros peces). Ahora sólo queda tener paciencia, y, pese a que no es mi fuerte, el hecho de hacerlo todos juntos, de reírnos ante los intentos de los demás, alegrarnos de sus triunfos y pelear por sacar cada uno de los peces, a la par que el sol se esconde en el horizonte, hace que se convierta en uno de mis momentos favoritos.
Cuando nos avisan de ir a la cena, llevamos orgullosos nuestras capturas para hacerlas a la brasa y en la “ciudad” (porque más bien son cuatro casas) nos reunimos con nuestros compañeros. Ahí cenamos juntos y aprovechamos para hacernos con más provisiones para las largas travesías en barco, aunque mañana no navegaremos hasta la tarde.
Organización nos reúne y entonces llega la noticia. Al lado del campamento de los grupos 1 y 3 han avistado un jaguar y, aunque lo han ahuyentado, puede volver porque son muy territoriales. Nos avisan de que tenemos que tener por lo menos dos machetes dentro de la tienda, de que si alguien tiene que ir al baño tenemos que ir todos juntos y que avisemos de cualquier sonido a los instructores. Como el campamento más cercano es el de mi grupo, decidimos organizar guardias. Cada hora una carpa se encarga de hacer guardia, de modo que una vez en nuestro asentamiento ponemos el despertador y respiramos hondo antes de irnos a dormir.