Probablemente esta mañana sea la vez que más pena y rabia nos haya dado desmontar el campamento. Y no, no tiene nada que ver con el engorro de telas y varillas que se forma cuando quitamos las tiendas, sino por lo mal que nos sentimos ya que el motivo de tener que abandonar este asentamiento es que no hemos sabido cuidarlo y valorarlo como se merecía y por ello tenemos que trasladarnos.
Tras este primer disgusto mañanero, nos ponemos en marcha con una caminata en la que nos convertimos en una nueva versión de Indiana Jones. Recorriendo estrechos y serpenteantes caminos, saltando de roca en roca, haciendo equilibrios a la orilla de un río… Una dosis de aventura que nos sube la adrenalina y nos ayuda a seguir adelante en busca de la cascada prometida.
Poco a poco nuestros pasos nos adentran en una vegetación aún más frondosa que la anterior, ascendemos lentamente escuchando de fondo el arrullo del agua. Repentinamente surge de la propia roca, recubierta de musgo y óxido, una tubería que nos indica que el ser humano, aunque no lo parezca, ya ha domado este lugar también. No tenemos que avanzar mucho más para llegar a un remanso del agua donde nos dejan bañarnos, ya que se ha hecho tarde y no nos da tiempo a alcanzar el salto de agua. Nos refrescamos brevemente y, con la cantimplora llena en mano, nos dirigimos a la chacra (una especie de finca) donde nos darán de comer. Una vez llenamos nuestros estómagos, los amables propietarios del lugar deciden enseñarnos su plantación de cacao, que es su principal fuente de producción, además de explicarnos otros árboles y plantas que también tienen.
Cuando cae el sol, mochila a la espalda, toca caminar un poco más hasta llegar a la chacra en la que pasaremos la noche. Nos armamos con el frontal y caminamos por el centro del sendero (a riesgo de que haya serpientes escondidas en la vegetación de los laterales). Una vez allí llega uno de esos momentos preciosos en los que, tras montar las tiendas, ayudamos a los chicos de intendencia (que bastante trabajo tienen ya) a preparar la cena y se crea un ambiente de risas y colaboración que pone en nuestros labios una inmensa sonrisa antes incluso de probar la comida. Por más que el día sea agotador, entre todos logramos acabarlo sonriendo.