Tras lo que al final se convirtió en una noche de sueño reparador, nos despertamos en Chachapoyas, casi recuperados de la caminata a la catarata de Gocta y listas para apreciar la belleza de Kuélap.
Pero como la mala suerte persigue a nuestros transportes, pese a que recogemos relativamente rápido, no podemos partir por un problema técnico, de modo que acabamos teniendo un improvisado tiempo libre en el centro del pueblo. Recargamos agua y dulces y esperamos entre los juegos de los niños.
Lo gracioso es que incluso cuando paramos, no estábamos aún ni siquiera cerca de Kuélap. Nos tocó coger un microbús que nos acercó a la estación de teleféricos, desde donde salía otro microbús hasta un punto en la montaña desde el que, ya sí, coger el teleférico que nos acercaría al yacimiento.
La instalación del teleférico nos pareció impresionante, no sólo por sus dimensiones (¡es enorme!) sino por la dificultad que, pensamos, entrañaría montar una instalación así en ese paisaje. Las vistas, sin duda, son de las que te quitan el aliento, y para los que tienen vértigo, pasamos el trayecto bromeando.
Una vez en la montaña en la que se encuentra la ciudad fortificada tenemos un poco de tiempo libre hasta que lleguen el resto de grupos, por lo que aprovechamos a probar comida típica. Y tras este descanso, nos encaminamos a Kuélap. Porque sí, querido lector, a estas alturas del texto y tras haber cogido cuatro transportes, aún no hemos llegado a nuestro objetivo. Pero una pequeña caminata nos acerca a las puertas de esta maravilla.
No hay otra palabra para describirlo, la que, parece ser, fue una especie de burgo fortificado se alza ante nosotros, imponente. Sus altísimos muros siguen mirándonos altivos y los restos de sus casas parece contarnos una historia. Personalmente me recuerda a los escenarios de El libro de la selva, donde la naturaleza ya ha ganado la batalla a las construcciones humanas y se deja ver como clara vencedora.
Lamentablemente no podemos estar mucho tiempo y tenemos que volver a la plaza donde está el teleférico. Allí comemos lo que nos habían dado por la mañana y de nuevo hacemos el mismo recorrido de la mañana para volver a los buses, sólo que el último tramo lo bajamos andando. Una vez abajo, antes de subir, hacemos el “Buzón de Fif” uno de los momentos de más unidad y risas del grupo. Y de ahí, nos encaminamos a Tarapoto.
Cenamos en un lugar un poco apartado en el que nos paran los buses y donde intendencia nos da pasta con salsa (mi favorita, la Huancaína). Y otra noche en el bus.