El día comienza de una manera similar al anterior, tratando de estirarnos en los asientos. Afortunadamente llegamos relativamente pronto a Trujillo, lo que significa que desayunamos en torno a la una y media pero que, al menos por esta noche, contamos con campamento “en suelo”.
Descargamos las mochilas grandes a todo correr porque el siguiente paso es una visita a dos de los sitios arqueológicos de los alrededores de la ciudad.
El primero que ve mi grupo es la Huacas del Sol y la Luna, un conjunto de dos pirámides de la cultura mochica. La guía nos habla no sólo de sus magníficas construcciones y de los vivos colores que aún adornan sus paredes, sino que nos explica los sacrificios rituales que enfrentaban a los dos guerreros más capaces, siendo la vida del perdedor la que sería ofrecida al dios decapitador para apaciguar su ira.
Ya fascinados, pasamos a conocer el palacio de Chan chan, de la cultura de los chimúes, una gigantesca construcción de adobe de una complejidad increíble. Paseamos por entre las estancias, pudiendo hacernos una clara idea de cómo sería el edificio cuando estaba en funcionamiento. Las decoraciones, principalmente de animales o relacionadas con el mar nos sorprenden por sus detalles y variedad, e incluso en una sala parecen “pixeladas” (aunque por supuesto ese concepto quedaba muy lejos de la época en la que fueron diseñadas) ya que hacen referencia a la producción textil.
Después de estas maravillas del mundo antiguo, ponemos rumbo a la universidad de Trujillo donde, a parte de darnos de comer, nos ofrecen una interesante conferencia de uno de los doctores que más ha trabajado en los yacimientos. Además, también nos presentan el proyecto de Windaid, que consiste en construir turbinas eólicas para llevar electricidad a poblaciones remotas de Perú.
De vuelta al campamento, tiempo libre por la noche para descubrir un poco de Trujillo (y en mi caso el maravilloso ceviche).