
Marrakech. Por Javier Terrero.
Adiós Armet. Adiós al río, a la montaña, a la cascada. Adiós a los pueblos bereberes de Marruecos que tanto nos han enseñado. Ya solo queda Marrakech y su turismo desgastado. El zoco, la mezquita, la plaza de Jamaa el Fna. La expedición da sus últimos pasos con energía, con la nostalgia de volver su rostro al pasado y saberse capaz de cualquier cosa.
Hoy por la mañana se visita la asociación de mujeres de Imlil, el pueblo cercano que da nombre al valle y última localidad conectada por carretera a la ciudad de Marrakech. Más allá de allí, como hemos comprobado estos últimos días, solo quedan mulas, tierra y una preciosa tradición amenazada por la agresividad del s. XXI.
En la asociación se trabaja el producto estrella marroquí: aceite de argán. El proceso es completamente artesanal. A la entrada, varias mujeres sentadas, extraen las almendras de argán y las depositan en cestos. Otra joven, con el molino tradicional bereber, termina por extraer la esencia. Se procede a una cata del producto antes de partir de nuevo.
Un estrecho sendero, que atraviesa algunos asentamientos rurales, conduce a los expedicionarios hasta el punto de comida. Será la última vez, ya que hablamos de finales, que usaremos nuestros platos sobre alfombras bereberes.
El calor de Marrakech es asfixiante. La ciudad se pinta de tonalidades marrones. En la famosa plaza de Jamaa F´na, melodías de todas las esquinas se funden en un mismo espacio, como queriendo silenciar al resto. Encantadores de serpientes se agolpan en las calles.
La expedición visita una típica herboristería. Estos establecimientos podrían asemejarse a los herbolarios españoles, con la diferencia de que aquí, en Marruecos, la variedad de productos naturales con fines médicos o cosméticos es inagotable. La propia población prefiere acudir antes, para según que males, a una herboristería que a una farmacia, donde los precios acostumbran a ser más caros. Dolores, problemas respiratorios, afecciones cardíacas, insomnio… Todo se puede resolver con la planta adecuada. También los perfumes tienen su espacio en estos locales, y las especias, y los jabones, y prácticamente todo lo que nuestra estrecha imaginación visualice.
Por la noche, los expedicionarios disfrutan de tiempo libre en la más famosa de las ciudades marroquíes. La plaza principal se ilumina. La ciudad es gente ofreciendo sus productos y humo de puestos callejeros de comida. Niños sonrientes ofrecen dulces o clínex en las calles. Los comerciantes se esfuerzan al máximo por atraer para sí a los turistas. Marruecos sabe a trueque y a piropo. Regatees lo que regatees, estás destinado a perder dinero.
Hora de dormir. Mañana nos espera un día largo. Los expedicionarios se dirigen al hotel y se duermen de inmediato. Este escritor de segunda termina con su cróni…zzzz… El cansancio es lo único que no nos abandona.