Abrimos los ojos en una de las montañas cercanas a Machu Picchu. Después del periplo de ayer al menos hemos podido reponer fuerzas en nuestras tiendas y ahora toca afrontar un largo rato hasta Cuzco. Eso sí, una crêpe con chocolate y plátano entregado por sorpresa nos proporciona las energías necesarias para el trayecto.
Por esa carretera es imposible definir un viaje como tranquilo, pero después de la serie de catastróficas desdichas de los días anteriores, el hecho de que la carretera no esté bloqueada y podamos hacerlo de un tirón, parece casi de mentiras. El humor es bueno en la expedición, de hecho, en una de las paradas comienzan unas clases improvisadas de salsa y bachata, todos tenemos ganas del tiempo libre en Cuzco.
Una vez llegamos, el equipo de intendencia (que llevaba esperándonos desde la noche anterior) nos da la bienvenida con un contundente plato de salchipapas y música. Y de ahí, directos a la libertad por Cuzco.
Aunque la ciudad es preciosa (y tiene una plaza de armas que es una belleza), la verdad es que muchos de nosotros aprovechamos el tiempo en buscar un sitio con agua caliente para poder ducharnos a gusto y sin la presión de cien personas esperando, o incluso para tratar de lavar algo de ropa, que el tiempo pasa y la suciedad aumenta exponencialmente. Y, cómo no, para probar algún plato típico o, por qué negarlo, darnos algún capricho, como comprar un McFlurry o una Cocacola.
Cuando volvemos al campamento base toca prepararnos para pasar la noche en bus y para pasar todo el día en el autobús para alcanzar nuestro próximo objetivo, Lima.