Uno de los días más esperados por muchos de nosotros ya ha llegado, aunque sólo sea por lo conocida que es la maravilla de Machu Picchu, aunque en esta Ruta vayamos a ver muchas más.
Amanece lluvioso, así que nos armamos con nuestras capas de agua para afrontar la intensa subida. Aunque en distancia no parece mucho, el problema es el desnivel. Escalón tras escalón subimos por la montaña mientras encima de nosotros no deja de llover. A esto se le añade que, al estar las nubes bajas, apenas podemos apreciar el paisaje y nos da mucha rabia.
Pero poco a poco mientras ascendemos la niebla se disipa y podemos apreciar un escenario digno de Avatar o Jurassic Park, con inmensas montañas recubiertas de vegetación que nos rodean. Se hace duro, pero logramos llegar arriba, con la consiguiente alegría y cánticos, y eso que es sólo la entrada. Cuando nos acercamos al complejo (que se encarga Nano de aclararnos que no fue una ciudad, sino un enclave residencial para el Inca) un coro de exclamaciones recorre el grupo. Estamos ante una maravilla de pueblecito inca en un paisaje privilegiado.
Nos dejan dos horas para recorrerlo a nuestro gusto. Algunos se acercan a un mirador algo alejado para tener una visión distinta, mientras otros preferimos perdernos por sus calles, visitar el templo del sol o los restos del palacio. Aunque ha amainado un poco la lluvia, sigue siendo un día desapacible, por lo que hay menos público del que suele haber, lo que se agradece. También encontramos a unas simpáticas llamas que hacen las delicias de los turistas.
Iniciamos el descenso que, aunque menos exigente a nivel físico, sí que notan nuestras articulaciones y que tiene la dificultad añadida de contar con los escalones mojados. Aun así bajar cantando y charlando siempre lo hace más ameno. Una vez en las faldas de la montaña, desmontamos el campamento lo más rápido posible para volver hacia Hidroeléctrica y tratar de que no nos pille la noche. Al final la oscuridad llega justo antes de alcanzar nuestro objetivo, y una vez allí… La Ruta está viva.
Esta expresión significa que, aunque todo estaba planeado para coger en este momento unos buses de vuelta a Cuzco, hay un desprendimiento de nieve en la carretera que nos obliga a quedarnos allí. Mientras esperamos a tener noticias un grupito nos ponemos muy juntos (hace bastante frío) y, a la par que uno toca el ukelele, otros cantan. Se crea un momento precioso, un momento de grupo, de Ruta.
Al final vamos a un camping cercano, donde montamos las tiendas y nos preparamos para pasar una noche diferente a lo planeado, pero no por ello menos especial.