Hoy ha sido uno de esos días donde en principio todo parece marchar sobre ruedas. Tocaba un buen desayuno para hacer la caminata desde la Central Hidroeléctrica al pueblo de Aguascalientes (al lado de Machu Picchu). Pudimos mantener con buen ritmo el desayuno (música cubana de la lista de Intendencia) y sólo nos tocaba enfrentarnos al viaje en “combi” de más de seis horas, por una carretera serpenteante entre cordilleras verdes. Por lo menos fueron verdes hasta que llegaba la zona fría y me desperté con la impensable elegancia de una codillera nevada.
A pesar de lo bonito, el traqueteo y las curvas lo convirtieron en un viaje infernal. Pasaron unas horas de mal sueño, llegamos a la hora de comer y nos comimos una ensalada de pasta (la Organización casi de pie, no había más que suelo). Salimos en caminata en dos turnos porque unos de los buses se habían frenado por un desprendimiento. Hicimos un camino muy peculiar: un caminote sobre las luces de la tarde por las vías del tren que cruzaba desde Aguascalientes hasta Machu Picchu pueblo.
La bruma y la estrechez selvática de los caminos me hizo pensar enseguida en los caminos de Aracataca y en las pejiguerias de United Fruit Company. Todos los maleficios de la selva concentrado en la bruma, las hondonadas de mosquitos en hastío y el silencio de los paisajes inmóviles: una caminata de 12 kilómetros entre barro y metal que yo compartí con Sophie, integrante del equipo de comunicación.
Por problemas de logística yo iba cargado con la olla (vacía) del rancho y decidí adelantarme para pasear por la selva. Quizá me tomé el cargar con aquella olla como una especie de penitencia, pero lo cierto es que disfruté viendo las caras de la gente viéndomela cargar. Era como una especie de gag surrealista y me entretuve así hasta que alcancé a Sophie, que estaba delante tomando fotos. Los dos pudimos poco a poco hablar de lo cansados que nos dejaba el viaje, cómo una jerarquía o unas funciones te afectan sobremanera. Pero lo llevábamos todo con entereza y entonces empezamos hablar de nuestra vida. Me contaba su pasión por el arte, la fotografía, las esencias… y me confesaba no seguir una linealidad sobre el cómo hacer las cosas. Esto último me hizo pensar en la batalla continua de sus dos caracteres: el argentino y el alemán. Quizás no tengo nada que ver, pero para mí forma parte de la manera en la que se constituye uno.
Cuando llegamos al campamento tuvimos que montar tiendas. Poco después dieron tiempo libre y la Organización salió a celebrar el cumpleaños de la coordinadora de comunicación, Lluna Martí. Le prometí una crónica por su cumple, pero el espacio que llevo dedicado a otras cosas no le hace justicia para hablar de ella con palabras enteras, así que hablaré de ella más adelante en el viaje. Salimos a tomar unas Cuzqueñas (cerveza típica de Cusco) y yo me tomé una empanada de Alpaca. Con tan sólo una cerveza noté mi cabeza más ligera que en muchos días y fue agradable ver a la Organización tan distendida y sin el estrés de los horarios.
Al volver a Aguascalientes pasamos por una carretera en medio de la oscuridad y vimos las estrellas. Marte estaba ardiendo, como nos señalaba Alvariño (miembro de comunicación y especialista en astronomía) y, mientras escrutábamos el cielo, vimos varias estrellas fugaces. La sensación dentro del grupo no parecía haber sido (desde que estamos aquí), así de fuerte y fue un momento que no sé por qué me recordó a algo que me contó Sophie sobre sus recuerdos de veraneo en San Javier (Argentina), cuando las luciérnagas se iban desprendiendo poco a poco y el follaje se iba desperezando de un montón de puntos blancos. Al igual que las estrellas, el sentido del aquí y del ahora, el sentido de estar vivos y compartirlo con la gente que te importa.