Vamos en un barco enano unas 30 personas entrelazando las extremidades con las de otros y con las mochilas y esterillas, tratando de encontrar un espacio en el que poder dormir.
Las horas en este barco parecen ser medidas por otro reloj, cuyo minutero, cuando le preguntas cuanto falta, sólo sale responder “ahorita mismo” (Ahorita mismo significa entre dentro de 3 horas o 20).Cuando comienzo a escribir la crónica aún no lo sé, pero hoy el viaje a pesar de ser el más largo hasta ahora, unas 10 h., termina por parecerme el más corto. Mientras la temperatura sea buena, el barco es lo más agradecido, sin mosquitos, con techo, sólo le faltaría tener comida.
En el barco a ratos leemos, a ratos escribimos o nos quedamos mirando dos tupidos horizontes, uno a cada lado, serpenteantes, que esconden las actividades que realizaremos ese día, como afilar machetes, cortar leña con ellos o conocer los distintos usos de las plantas que nos rodean. Dicen que el 80% son medicinales y el20% venenosas, algunas ambas a la vez.
Pienso en el barco, en el río Marañón que estamos recorriendo y me acuerdo de una cita que leí en “Calle Amazonas” de Bernardo Gutiérrez antes de venir: “En Calle Amazonas hay una poderosa mirada (…) Una mirada después de otra, porque en el libro no hay solo un viaje. Hay sí, un viaje lineal (…) pero dentro del viaje hay muchos otros viajes”
El río se convierte en nuestro viaje lineal pero en él nacen muchos otros viajes que son las personas que componen la ruta.
La primera historia que me viene a la cabeza es la de una mujer que encontramos nada más llegar a la Paz en las faldas del Killy Killy, pienso en sus surcos, su voz dulce relatándome cómo trabajaba de cocinero itinerante y cómo su nieto había insistido en viajar hasta que se había dañado la pierna.
También pienso en Toni, el instructor que guía nuestro grupo, a quien le pregunto cómo comenzó a recorrer el Amazonas y por qué.
Por supuesto también pienso en todos esos viajes que estarán viviendo cada uno de mis compañeros vestidos de amarillo, verde, azul y naranja. Sé que todos vamos por el mismo río, bajo un mismo itinerario, siempre sorprendente y cambiante. Sin embargo, sé que cuando lleguemos a nuestras casas ninguno de nosotros habría vivido la misma historia. Por eso, en cuanto puedo trato de empaparme de sus miradas.
Desembarcamos en una plaza de arenas oscuras, por donde paseo un rato sola tratando de escuchar lo que me rodea, a mis compañeros, al agua, a los animales. Huelo el río. Me siento en la orilla y me pongo a escribir y a prepararme el taller que quiero dar. Pronto aparece Sara y, mientras hablamos, vemos como se pone el sol bajo unas nubes moradas que admiran desde arriba la selva amazónica.
Volvemos al campamento y nos dan la noticia, un barco se ha retrasado y tendrá que dormir por primera vez en al selva. Antes de terminar el día hacemos noche temática de “Viajes de descubrimiento del Amazonas” impartido por Santi, “Taller de Impro” por Patri y “Miedo” por Sara. Cuando los terminamos vamos a “cenar” arroz dulce, una comida que casi nadie puede terminar y pan que no quería cocinarse.
Me tumbo bajo el cielo más claro y lleno de estrellas que ha visto nunca,mientras escucho a un grupo de gente cantar con el ukelele y recuerdo, antes de dormir, a Pedro y a Elba, mi viaje intento traerlo aquí a través de mis palabras al Amazonas que ojalá logren vivir algún día.
Lucía Pitarch