
Por Victor Alarcón, expedicionario de la edición 2016:
El día empezó siendo bastante triste, nos tocaba despedirnos de la que fue durante cuatro días nuestra familia, o al menos hicieron que nos sintiéramos como si formásemos parte de ella. Mi familia estaba formada por cuatro personas, los pequeños, Absala y Abderahim, el que me enseño que no hace falta hablar el mismo idioma para comunicarse, el padre Abdelkader, el cual me pareció una persona increíble que hasta nos pidió perdón por no habernos podido dar más cuando no podía habernos dado más.
Era con el único que nos podíamos comunicar en la casa, nos enseño muchísimo sobre la cultura Amazigh, lo que más me sorprendió fue que los Amazigh tienen un símbolo oculto en el documento de identificación.
Y Rashita, la fuerza de la casa, fue una pena no podernos comunicar mucho con ella al solo saber árabe.
También estuvimos con más gente del pueblo, como Sanae, una chica de nuestra edad que veraneaba en Berram y nos invitaba a té cada día, le cogí mucho cariño.
Tras la despedida sentí como si empezase de nuevo la ruta, más feliz por haber tenido la oportunidad de conocer a esas maravillosas personas que nos acompañaron en Berram, y también por el reencuentro con mis compañeros ruteros. No paramos durante las primeras horas de hacernos preguntas sobre como había sido la convivencia para cada uno.
Por la tarde-noche nos adentraos un poco más en la cultura Amazigh celebrando una boda donde se “casaban” dos compañeros ruteros, Guille y Andrea. Estuvimos cantando alrededor de una hoguera bereberes y ruteros unidos. Cantamos canciones en árabe y en castellano, fue divertido. Durante el casamiento me sorprendio mucho que no se vieran las caras y se pintasen las manos con henna. Cuando terminaron, cenamos cuscús y nos fuimos a dormir.
Este día me ha marcado un antes y un después en la ruta, la convivencia con la familia bereber es algo que me ha cambiado como persona, a nivel cultural y a nivel personal. Estoy muy contento de esta experiencia.