Hoy a la mañana, me desperté con unos cuantos grititos al rededor de la carpa (tienda en este tiempo para mí) y ánimo de juego de los niños y niñas de la comunidad de Gabriela Núñez. Y aunque no fue una canción planificada, ese fue el despertar de mi último día de ruta. Y así lo recibí, y lo procese, salí de la bolsa de dormir (saco) con esa premisa: hoy es el último día, ese que en algún momento desee, en otro pensé falta mucho, y hace unos días entendí: falta poco.
Cierres. Si abren y cierran porquéññ se llaman cierres. Deberían llamarse puentes, escaleras, trampolines, saltos. Saltos y saltitos en el lugar, en el presente, en el vivir con intensidad, en la toma de decisiones y saltos hacia adelante, hacia la coherencia, hacia losñññññ sueños, hacia la utopía y sobre todo hacia la realidad, no la que nos cuentan, sino la que vivimos y la que podemos proponernos vivir.
Es loco pensar “último día de ruta”, porque estamos acostumbrados a que una ruta es un espacio, un espacio que continúa, que se cruza, que tiene un trayecto, que a veces tiene una dirección, a veces dos. La idea de pensar temporal un espacio, que para nosotros es un colectivo, es pensar que la ruta sigue. Seguimos. Cada uno y una sigue. Y seguro nos cruzamos, como las rutas.
Transformar los espacios en tiempos, los conceptos en acciones, las fotos en relatos, la vida… La vida transformarla en vida.
Desde hace mucho siento en el pecho que la vida es algo más, que otro mundo es posible, y voy buscando esos instantes que me lo confirmen. La ruta me confirma que hay otros tantos mundos posibles, que todos somos maestros. Porque fui a un taller sobre la alboca en el Amazonas, uno sobre prejuicios en un bus, debatimos sobre el capitalismo en un barco atravesando el Marañón, lloré porque extrañaba a mi mamá en medio de una caminata que nos dejó ver y sentir una catarata como nunca pensé que iba a ver, confirmé en el Machu Picchu que nada escapa a lo político y cómo nos posicionamos y actuamos en lo que el espacio quiere imponernos, me sentí orgullosamente latinoamericana viajando por mi continente, reafirmando mi identidad.
Crecer es para mi transformarse y reconocerse. Ir hasta el límite, estirarlo un poco y respetarlo otro tanto.
Y todo lo que deja esa sensación de falta, de podríamos haberlo hecho mejor, de no esperaba esto es el puntapié para confirmar que lo personal es político y que el cambio es colectivo. Que somos muchos con unas ganas inmensas de estirar nuestros límites para deconstruirnos individualmente y construir otros mundos posibles.
Que la ruta nos siga cruzando, que sigamos renaciendo con el sol.
Nadia Jutorán