Ahora de verdad notamos el final mirándonos cara a cara. Y por si fuera poco, la gastroenteritis continúa haciendo estragos en el campamento. Eso sí, los gallos y perros de Gabriela Núñez parecen no estar en hora, porque llevan desde las 3:30 a.m. cantando y haciendo ruido.
Pero aún con todo ello la mañana se presenta tranquilita, con las personas de la comunidad mostrándonos su pueblo y explicándonos cómo han ido desarollando los distintos proyectos. Además también nos acompañan un grupo de voluntarios que son los más involucrados desde distintos ámbitos en la creación de este espacio, y que tienen tantas ganas de conocernos como nosotros de conocerles a ellos, lo cual hace que se convierta en un intercambio enormemente enriquecedor.
La tarde la vamos a pasar en Iquitos, de modo que nos disponemos a tomar un barco que nos acercará al puerto en un trayecto bastante corto. Una vez allí, y acompañados de un olor tremendamente desagradable (en el que predomina el hedor a fruta en descomposición) echamos a correr para hacernos con un moto-carro (o tuc-tuc, como les llamamos cariñosamente) para llegar a la plaza 28 de Julio, desde donde comenzará la gymkhana de la tarde que nos permitirá conocer la ciudad.
Visitamos dos museos, uno de ellos sobre la Amazonía, y también tenemos la suerte de poder asistir a un concurso de cortos, que justo se está llevando a cabo en Iquitos y que nos permite apreciar otra dimensión de la vida cultural peruana.
La cena es algo un poco fuera de serie… Y es que no todos los días se puede cenar caimán. Y con ello y otra reunión a la luz del fuego nos adentramos en el último día de la Ruta, aun sin poder creernos de verdad que esta aventura esté realmente tocando a su fin.