Sobre las cuatro de la mañana nos despiertan las voces de Guillermo. Es la primera diana que cumplimos con el horario que llevamos de expedición. Como aúno no había amanecido no pudimos contemplar el lugar donde pernoctamos, pese a la tenue luz del alba se intuían las formas de una playa de arena de arena blanca y fina a orillas del Huallaga. Embarcamos sin haber desayunado antes pues era demasiado pronto y nos esperaba un largo rato a bordo de las embarcaciones, aunque eso no lo sospechábamos.
Perdí la noción del tiempo y fue porque estuvo entretenido contemplando el paisaje selvático de las orillas, leyendo el libro que compré en Trujillo para sobrevivir en la Amazonía peruana y hablando con Jair, uno de los instructores del equipo de Percy, que me enseñó sobre la fauna, flora e idiosincrasia de la selva y sus habitantes. Ocurrió un momento precioso cuando María comenzó a cantar flamenco. Yo estaba en la proa y, junto a las vistas del río, formaban un ambiente idílico, que se completó con una canción de Los Chicos del Coro. Las otras embarcaciones escuchaban el concierto improvisado por el transmisor de radio. También vimos a los delfines rosados de río rondar nuestro bote, y Jair me explicó que a mí me tomarían por delfín en algunos pueblos de la selva. Esto es porque, según me decía, hay una leyenda que cuenta que los delfines de río tienen la capacidad de adoptar una formar humana, de hombre blanco y pelo colorado, y con esta forma visitan las aldeas donde engañan a las muchachas y luego las hacen desaparecer en el Río. A mí me faltaba el agujero en la nuca que tienen los delfines para ser un bufeo colorado.
Estábamos en el último de los botes y habíamos perdido de vista al de delante. No sabíamos cuando quedaba para llegar a alguna población donde hacer las actividades y acampar, pero no tardamos en llegar a Laguna, típico pueblo de selva amazónica. Al llegar un hombre nos indicó que dejáramos los machetes en el suelo del puerto, y yo, bien ingenuo, lo dejé pensando que quizás no se podría ingresar al pueblo con armas. Pero no era verdad, así que volví a recogerlo al darme cuenta del engaño, y también observé que a pesar de ser nuevo el machete la hoja se estaba oxidando por la humedad de la vaina de platanero que habíamos fabricado el día anterior.
Al juntarnos con los grupos de las demás embarcaciones que llegaron antes percibí que había malestar entre los expedicionarios. Se debía a que el trayecto había durado bastante más de lo estipulado y que se habían sentido desinformados por parte de organización y los instructores. Nano nos reunió a todos en Lacalle del puerto, que no era más que una pared de barro donde se varaban las embarcaciones pequeñas y, entre bocinazos de motocarros y curiosos, se planteó una dinámica en adelante para explicar por qué se habría tardado más y también se aportaron propuestas de mejora. La causa había sido que no se había podido tomar ningún atajo o, como se dice en lengua local “zacarita”, por el bajo nivel de agua del río. Y habíamos tenido que seguir su curso principal, bastante más largo.
Tras las aclaraciones fuimos por grupos a realizar actividades de aprendizaje. En mi grupo aprendimos cómo se cultivaba la yuca y e lmaíz, que son los principales alimentos de la Amazonía. Luego vimos una planta con la que se puede hacer infusiones para paliar mal de riñón y fiebres altas. Precisamente nuestra compañera Nanu había enfermado de riñón y había estado en el hospital del pueblo mientras llegábamos. El nido de termitas resultó ser de completa utilidad en la selva, pues no sospechaba que se puede usar como ingrediente de bebidas o como comida y repelente de mosquitos. Avistamos la primera iguana amazónica y nos pusimos a practicar con el machete. Logré cortar un tronco gordo, pero perdí demasiada agua y la apuesta que hice con Xavi, ya que recibí ayuda de Jaume justo al final para terminar. Un local nos regaló una serpiente que había cazado para que la probáramos en la cena.
Comimos arroz con pasta y los niños nos acompañaron jugando al fútbol en el barro, para luego zambullirse en el agua donde estaban los botes amarrados, mientras atardecía y se pintaban las nubes de colores cálidos. Apareció Venus, comenzaban los talleres académicos. Yo fui al de déficit de naturaleza impartido por Don Damián, y al de las estructuras sociopolíticas en América durante el dominio español, impartido por Nano.
En la noche cenamos pasta y,los que tuvimos suerte, la acompañamos con serpiente. Hubo tiempo libre que aprovechamos para dar una vuelta, tomamos algo de cerveza y relajando los pies en el río con el canto de las chicharras de fondo. Marcos tuvo la mala suerte de cortarse la mano con un cristal y yo de perder los calcetines en el río.
Un pastor evangélico nos cedió su restaurante para que la expedición pudiera pernoctar en el pueblo, y así no fue necesario avanzar hasta la siguiente playa o montar campamento con las carpas. Un gran día.
Santiago Martínez